TODA LA PUNTADA CON HILO, TODA, TODA, HA SIDO, SIEMPRE, CONTRA LA VIOLENCIA HACIA LAS MUJERES... NOS REBELAMOS A HABLAR DE "VIOLENCIA FAMILIAR" -A DISFRAZAR LA REALIDAD DE LAS MUJERES-. ACÁ COLOCAREMOS ALGUNOS TEXTOS ELEGIDOS, A SABIENDAS QUE LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES ES ESTRUCTURAL PORQUE ASÍ OPERA EL PATRIARCADO...

domingo, 26 de abril de 2015

VIOLENCIA POLÍTICA SEXUAL EN $HILE: "DUERME TRANQUILA, NIÑA INOCENTE..."...

Blog Marta Zabaleta 2011


X Francia Jamett Pizarro*, Red Chilena contra la Violencia Doméstica y Sexual
“Duerme tranquila, niña inocente, sin preocuparte del bandolero,
que por tu sueño dulce y sonriente vela tu amante carabinero”

Estrofa del Himno institucional de Carabineros de Chile


Introducción

El año 2011 marca un cambio innegable: es el comienzo del fin de la transición pactada para salir de la dictadura de Pinochet el año 1990. Hay una reconfiguración del mapa político de las representaciones tradicionales, ancladas en un sistema binominal surgido de la Constitución del 80. Esta Constitución es rechazada por ilegítima y se levantan voces, propuestas y acciones para la creación de una Asamblea Constituyente. Es el año en que se remueven las memorias de resistencias y también de represiones de quienes no subordinan la producción de vida a lo demarcado como posible por un diseño que se ha instalado como la única alternativa a la Dictadura.

Es un tiempo que abre interrogantes sobre los alcances que tiene volver a mirar el pasado reciente para pensar y soñar nuevamente con la construcción de proyectos de transformaciones del sistema político y el modelo económico vigentes. Este texto surge de las inquietudes y cuestionamientos ante los reiterativos actos de violencia represiva de Carabineros de Chile en el contexto de las movilizaciones sociales del año 2011. En especial aborda la violencia de género expresada en el abuso sexual contra las estudiantes, en la que llama la atención aquella ejercida por las mujeres carabineras de Fuerzas Especiales.

Lo primero que salta a la vista es la contradicción existente entre el uso de la violencia sexual como método represivo por la institución de Carabineros, al mismo tiempo que se proclama que ésta posee la misión de proteger a las víctimas de violencia, niñas, niños y mujeres, surgidas en el ámbito privado. Esta contradicción vuelve problemática la naturaleza de las instituciones armadas cuyo soporte principal es el monopolio institucional de la violencia. Esta condición les da una legitimidad que tiene como consecuencia que su uso de la violencia quede en una total impunidad social, política y legal.

Este texto se compondrá de testimonios puesto que valoramos la disposición de la palabra en la reconstrucción, desde protagonistas y testigos, de los acontecimientos de violencia en los que subyacen representaciones de las racionalidades y emocionalidades puestas en juego en estas experiencias. Se comprenderá la violencia sexual como método de tortura policial hacia niñas y mujeres jóvenes.

En las palabras se busca recrear hechos y sentidos de lo vivido, configurando un espacio de memoria en el que se escenifican las prácticas de violencia de género desde los agentes estatales de orden y seguridad en distintas temporalidades históricas. Se distinguen las marcas generacionales en sus protagonistas, en sus dimensiones de continuidades y cambios, en las acciones y repercusiones de las torturas aplicadas de manera deliberada a los cuerpos de las mujeres, en la provocación de dolores y sufrimientos físicos o psíquicos agudos a otro ser humano3, buscando humillar y aterrorizar a quienes se considera enemigas del orden establecido.

Hay conceptos adaptados a diversos contextos que justifican las prácticas de violencia desde el Estado. La sobrevaloración de la seguridad permite la violación de los derechos humanos, de la libertad de expresión y la criminalización extensiva e intensiva de la legítima protesta.

Este texto busca ofrecer lugar a la palabra que denuncia por sobre el silencio de la complacencia frente a la impunidad de los agresores y sus amparos institucionales. También a la expresión de las mujeres que fueron objeto de la violencia sexual policial que con sus métodos de castigo intentan acallarlas y replegarlas en el miedo y la culpa. Sin embargo, la resistencia y rebeldía de las mujeres, a pesar del miedo, son estímulos constantes para la dignificación de la vida; denunciando y manifestándose en contra de los variados rostros de la opresión, sin pausa y hacia todas las edades. Se trata de un volcarse a las palabras en el camino de su deconstrucción para no acostumbrase y naturalizar la violencia de género, a pesar del reforzamiento constante que busca justificar la inevitabilidad de su existencia y ejercicio, aduciendo que las únicas culpables son las propias mujeres, fundamentalmente por desacato y desobediencia a los mandatos sociales y culturales de los espacios y roles definidos para nosotras, pero sin nosotras.

Estos sentidos guían la construcción de un relato basado en los testimonios de mujeres de tres generaciones que en diversos momentos de la historia de Chile, siendo jóvenes, conscientemente se rebelan y actúan ante un sistema y orden social injusto y opresor.


En la Dictadura Militar

El año 1983 comienzan las manifestaciones callejeras y protestas masivas por el profundo descontento y malestar acumulados durante una década de abusos, violencias y vulneraciones graves de los derechos humanos y agudizados por la crisis económica producida por la dictadura de Pinochet. En ese contexto se intensifican las acciones callejeras de mítines y marchas; las y los estudiantes en las sedes universitarias y los centros cívicos de las principales ciudades del país, las mujeres en las poblaciones y los movimientos juveniles van adquiriendo una progresiva y significativa presencia. Siendo estudiantes secundarias cuatro jóvenes entre 15 y 17 años se ponen de acuerdo en una calle del barrio para asistir a una ‘marcha del hambre’ en el centro de Santiago tipo 19.00 hrs. Se gritan consignas contra la dictadura, se tiran panfletos, aparecen las fuerzas especiales, golpean y detienen; luego los manifestantes vuelven a aparecer por otras esquinas.

Corriendo, escondiéndose, gritando, sin separase, para protegerse, las cuatro amigas participan en la manifestación, con una mezcla de miedo y alegría por poder expresarse y desafiar esos casi 10 años de silencio sometido por el terror. Contando con mayor independencia de la tutela familiar, se arrancaron sin permiso a gritar consignas por la libertad y en contra de la dictadura, a correr y escabullirse de las fuerzas especiales. Pasado un rato, aparecen aproximadamente unos 20 carabineros con sus indumentarias de protección –trajes reforzados, cascos–, agrediendo con lumas, anillos, revólveres, escopetas de lacrimógenas. Empujan a las chicas, las rodean y comienzan con los golpes de pies y puños, pero dirigidos casi exclusivamente hacia los pechos y la pelvis, con las lumas, mientras proferían insultos: “maracas comunistas”; “no le van a quedar ganas de salir más a la calle”; “cabras culiás, que le prestan el culo a los comunistas”, y seguían los golpes, con las manos agarradas de los puños en la reja de una tienda, y con los pies abriendo las piernas de las jóvenes para introducir las lumas, simulando una violación.

Entre los golpes y con miedo se trataban de defender como podían, pero los uniformados eran más grandes y con armas. Sólo dos les responden, que paren, que son niñas, si ellos no tienen hijas, y reciben risas y más golpes e insultos. Todo hasta cuando jóvenes universitarios les tiran piedras para que las suelten y en ese momento se dirigen a reprimirlos y se escapan las chicas, con caras sangrando, cortes, y muchos hematomas dolorosos. Dos de ellas nunca más salieron a ninguna acción de protesta, les quedó el miedo instalado. Además recibieron el repudio de sus familias y pololos por salir sin permiso. La lección fue: “eso les pasa por salir solas”. En su propio entorno hay más gestos de castigos que de acogida.

El abuso con connotación sexual también salía a las calles desde los cuarteles de la DINA y la CNI. Esto lo podemos ver reflejado en el testimonio de Carena Pérez, que tenía 25 años cuando fue detenida en 1975 en Osorno por un operativo conjunto del Servicio de Inteligencia Militar de Osorno y la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA). Luego de ser llevada a un recinto clandestino en los alrededores de la ciudad, fue trasladada a la Villa Grimaldi en Santiago.

Carena recuerda en su testimonio5: “en uno de esos interrogatorios irracionales, donde se mezclaban las preguntas por personas, por actividad política, con cosas como cuántas relaciones sexuales había tenido, ocurrió que un agente me golpeó muy fuertemente en la cara solamente por tener los pechos chicos. Sentí mucha impotencia y rabia contenida, sin embargo después en la soledad de mi celda, pensé qué bueno que mis pechos sean pequeños, así estos cerdos no tienen mucho que mirar, tocar ni fantasear. Ahora con el tiempo me parece increíble haber hecho esa reflexión. Los tipos trataron de apropiarse de mi cuerpo y yo más que centrarme en la tocación lasciva, me centré en que mi cuerpo fue capaz de negarles el placer de su morbo. Creo que en ese momento, sin saberlo, fui altamente feminista”.

Para Carena, “ser mujer y resistente resultaba ser doblemente transgresor para los ojos  de la dictadura, por ello se encargaron de castigarnos de manera ejemplificadora. Uno de los lugares en los que el patriarcado se instala para ejercer la presión contra las mujeres es en nuestros cuerpos. Quizás por esa razón los agentes del Estado violaron con especial saña nuestros cuerpos. El abuso sexual fue una práctica permanente a la que fuimos expuestas las mujeres y también algunos hombres detenidos”.

Estas formas de violencia no se dejaban en estas instalaciones secretas –los cuarteles de la CNI–, sino que sus prácticas de control, humillación y violencia desde los aparatos de seguridad del Estado salían a masificarse de la misma manera que las protestas y movilizaciones contra la dictadura. Los principales encargados de esta misión serán las Fuerzas de Orden y Seguridad de Carabineros de Chile. En las calles y en sus comisarías fueron miles de personas las que fueron detenidas y torturadas, siendo la mayoría de las jóvenes objeto de violencia sexual.


En el presente
El año 2011 salen a las calles en marchas autorizadas y sin autorización, miles de estudiantes secundarias y universitarias, en múltiples acciones con lenguajes creativos y artísticos, ocupan sedes de universidades y liceos. Durante más de cinco meses están presentes cotidianamente con sus voces y acciones denunciando el lucro en la educación chilena, las profundas segregaciones sociales y económicas, la educación como un privilegio entregada a las regulaciones del mercado. Recordando también que los orígenes de toda esta situación están en las reformas impuestas en la dictadura y luego administradas de manera eficiente –e inclusive perfeccionando el modelo heredado de la dictadura– en los gobiernos de la Concertación. No se piden más becas o bajas de arancel, se exigen cambios profundos del modelo económico y de la organización democrática del país.

Las múltiples manifestaciones y acciones de protesta, las tomas, son fuertemente reprimidas con gases lacrimógenos, ocupaciones militarizadas de las ciudades con todo tipo de vehículos para provocar el miedo y la dispersión. Se ataca directamente con detenciones, golpizas intensas que se dirigen hacia las y los secundarios/as.

Existen un sinnúmero de registros gráficos y audiovisuales donde quedaron plasmadas imágenes en las que agentes del Estado maltratan violentamente y detienen a niños y niñas desde los 9 años en adelante.

No obstante, aunque despliegan una fuerte e intensa represión, el movimiento estudiantil no afloja frente a las amenazas de las diversas autoridades de gobierno  y los esfuerzos de los medios de comunicación para dar por muerto el movimiento muchas veces y criminalizarlo usando la figura del enemigo del orden público, definido como infiltrado, “los encapuchados”, aquellos antisociales que sólo quieren destruir y justifican que las fuerzas especiales de Carabineros actúen, en defensa de la propiedad privada preferentemente, de modos violentos.

En las masivas detenciones y luego abusos policiales, van teniendo cada vez una mayor presencia las mujeres de fuerzas especiales con sus atuendos y accesorios para reprimir. Detrás de sus cascos y las marcas de los trajes en sus cuerpos se identifica que son mujeres con miradas y posturas de agresión y disponibilidad inmediata para el uso de la violencia. La “igualdad de oportunidades de género” se vislumbra nítidamente en el cuerpo de carabineros, la oportunidad de mimetizarse con un hombre-varón a través del uso, con pertenencia e investidura masculina, de la violencia.

 En los testimonios recogidos por secundarias y universitarias cuando son detenidas en marchas, desalojos de tomas de colegios o liceos, e inclusive trayectos en locomoción colectiva, son las mujeres de fuerzas especiales preferentemente las que ejercen la violencia de manera directa en el uso de la reducción corporal, tocaciones, golpes de puños y pies, obligando a las jóvenes a desnudarse, aduciendo que se trata de procedimientos reglamentarios y exponiéndolas en esas condiciones a sus compañeros varones, como podemos apreciar en los siguientes relatos de las estudiantes: “El procedimiento lo hizo arriba de este vehículo policial, donde afuera había aproximadamente ocho carabineros mirando. Nosotras nos negábamos, ella nos obligó. Nos tironeaba la ropa, y después de eso nos toqueteó enteras, sin ánimos de revisar si andábamos con algo, porque estaba a la vista que no había nada”. Asimismo, continuando con su testimonio, esta estudiante recalcó que la carabinera no contaba con su placa identificatoria y se negó a entregar su nombre a las estudiantes. “Esta funcionaria fue, principalmente conmigo, la más violenta. Ella fue la que más me golpeó cuando me subí al bus policial6”, agregó.

Las jóvenes del Liceo San José de Puente Alto cuentan en un documental llamado “Las niñas”, que carabineras las obligaron, ejerciendo presiones constantes, a desnudarse a todas, a pesar de las súplicas de las chicas que les preguntaban sobre la justificación de dicha medida. Las carabineras argumentaron nuevamente que se trataba de un procedimiento institucional. Una vez desnudas todas de modo perverso, puesto que no se hacía de manera directa, incentivaban a los carabineros varones para que las miraran, logrando, así, que se sintieran vejadas, humilladas, vulneradas y expuestas a los ojos lascivos de éstos. Intentan protegerse entre todas tapándose y protegiéndose del abuso sexual policial.

Con rasgos muy similares se compone el testimonio de una joven de 17 años que es detenida en el Liceo Darío Salas, en el desalojo violento realizado por carabineros. Ella junto a su amiga se esconden en el establecimiento, son encontradas por un fuerte contingente, son golpeadas con lumas, dejando variadas lesiones, pero también son agredidas verbalmente con insultos de connotación sexual que aluden a los órganos sexuales de las mujeres: “están pasadas a zorra”, “maracas culiás”, “cochinas”, etc. También se aprovechan en los traslados de tocarlas. Como dice una de ellas: “Cuando iba subiendo, un carabinero me tocó el trasero, descaradamente, así, a dos manos, y yo en ese momento tenía puras ganas de darme vueltas y decirle un montón de cosas, pero mi compañera me dijo no, quédate tranquila, porque si decimos algo ahora, lo más probable es que nos saquen la cresta. A cada rato nos amenazaban con eso”. Del mismo Liceo Darío Salas es la joven de 14 años que queda sangrado de su vagina teniendo que ser hospitalizada en el Calvo Mackenna, puesto que las patadas y golpes recibidos de fuerzas especiales la dejaron en una condición de vulnerabilidad corporal y emocional, luego de ser detenida por tomarse la ribera del Rio Mapocho de manera pacífica y ante la presencia de un fuerte despliegue de medios de comunicación.

Las mujeres jóvenes universitarias tampoco quedaron exentas de las acciones de violencia sexual policial en las diversas regiones del país. Es el caso de Nathaly,  estudiante de la Universidad Católica del Norte, que junto a siete compañeras fue obligada a desnudarse por mujeres carabineras. Una de ellas se resistió, entonces le tiraron la ropa, le bajaron los pantalones y le sacaron hasta los calzones, tirando la ropa hacia el piso que estaba lleno de orina. Una de ellas estaba en el periodo menstrual con sangramiento, por lo mismo la hacen desnudarse completamente para humillarla. Un acto deliberado y parte de las prácticas represivas de violencia sexual queda en el registro audiovisual donde se escucha por radio la instrucción de subirles la falda a las detenidas.

Podemos afirmar con certeza que en todo el país son muchos los testimonios de niñas y jóvenes que sufrieron las acciones violentas con connotación sexual de las y los carabineros de Chile.

Algunas reflexiones

Los testimonios seleccionados están orientados a examinar el ejercicio institucional de la violencia sexual por parte del Estado, representado por agentes de seguridad y carabineros, como herramienta de coacción política contra quienes en el legítimo derecho a la expresión de protesta y a la resistencia en dictaduras militares son criminalizados. En esta lógica justifican el uso de la tortura sexual en las mujeres.

La tortura se legitimó y normalizó institucionalmente como procedimiento y método de violencia sexual hacia las mujeres. Los testimonios muestran que las expresiones de violencia física y verbal se reiteran en un formato distinguible, agudizado en periodos de absoluta falta de garantías de los derechos humanos, en los momentos más cruentos de la dictadura y resurgiendo en tiempos de acrecentamiento de conflictos sociales, como ha sido la sostenida movilización por la gratuidad y calidad de la educación, durante 2011.

Sin embargo, se pueden reconocer en los acontecimientos recientes dos elementos que la connotan de modo distinto a las anteriores, que pueden ser leídos como cambios desde miradas de género y generacional. Por un lado, este movimiento estudiantil y juvenil se ha autodenominado la ‘generación sin miedo’, representada en la consigna: “nos tienen miedo, porque no les tenemos miedo”; asumiendo en el presente la posibilidad de transformación profunda de un sistema democrático y un modelo económico signado como excluyente e injusto en el cual no han tenido participación.

El miedo referido puede ser entendido como huella de la dictadura en sus modos de disciplinamiento mediante el asesinato, la tortura, la desaparición, entre otros. A esto se agrega el miedo asimilado a la pérdida de respeto a la clase política, por el sustento que ésta le ha dado, durante los períodos de la Concertación, al pacto de continuidad de la obra económica de la dictadura y a la impunidad con las fuerzas armadas por la violación de los derechos humanos.

Un segundo elemento es la emergencia destacada de la participación de las mujeres jóvenes en las vocerías del movimiento secundario y en las orgánicas representativas de las universidades, siendo emblemático el liderazgo de Camila Vallejo, presidenta de la FECH.

No obstante, en su mayoría también son mujeres relativamente jóvenes las pertenecientes al cuerpo de funcionarias de fuerzas especiales que actúan de manera directa en las calles y comisarías utilizando la violencia y el abuso sexual. Pertenecen a una nueva generación en el cuerpo de Carabineros.

En la historia institucional, desde el año 1962, ingresan por primera vez mujeres al escalafón femenino destinadas a tareas relacionadas con las condiciones naturales asignadas a la feminidad como es el cuidado de niños en situación irregular. Esto se expresa en el sitio oficial de la institución de la siguiente manera: “En esos años, el Alto Mando de Carabineros consideró que la sensibilidad y delicadeza propias del género femenino eran cualidades indispensables para enfrentar este desafío, el que hasta ese entonces era abordado por los efectivos varones”.

Desde este primer hito, se aprecia un salto significativo a partir de los años 90 en las medidas que favorecen la igualdad de grados con sus pares varones, y que les asignan las labores específicas demarcadas a partir de la promulgación de la ley de violencia intrafamiliar en 1994. El año 2005 se aprueba la Ley Nº 20.034 que unifica los Escalafones Femenino y Masculino de Oficiales de Fila de Orden y Seguridad, permitiendo a las mujeres el acceso a labores represivas como es la integración a fuerzas especiales.

En los documentos oficiales, estas acciones son valoradas como avances de la implementación del Plan de Igualdad de Oportunidades entre Hombres y Mujeres, coordinado por el Sernam10, en la integración de orientaciones para favorecer a las mujeres en el acceso de igualdad de derechos en la articulación de los diversos servicios públicos. Todo esto fundamentado en la ratificación de tratados específicos de derechos humanos de las mujeres como la Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer, Cedaw.

En esta revisión de las vivencias de abusos y violencia sexual de la institución de carabineros hacia las niñas y jóvenes se nos muestra con nitidez el ejercicio de la violencia de género en la represión policial, en sus actos, gestos y palabras usados con la finalidad exclusiva de lograr la subordinación mediante el control y la humillación inscritos en el cuerpo de las mujeres. Se busca, ante todo, doblegar su sexualidad –si no está al servicio de la reproducción y la maternidad, ya sea reales o simbólicas– por la vía del castigo y el disciplinamiento corporal y síquico. La intención es dejar marcas en la vida que recuerden que la desobediencia y la autonomía se pagan con dolor y son regulados por la culpa y la vergüenza que finalmente hace responsable a las propias mujeres de la violencia vivida. Todo esto configura una expresión del modo como el comportamiento sexual esperado de las mujeres es definido por el control masculino.

Estos mecanismos de dominación patriarcal se encuentran naturalizados, es decir, se consideran como un aspecto natural del lugar que ocupamos las mujeres en la sociedad. En ese lugar estamos expuestas a diversos tipos de violencia. La violencia sexual es una amenaza constante desde temprana edad, concretándose en la perpetuación del abuso sexual hacia niñas y niños. En la situación de las jóvenes sus cuerpos están disponibles para el mercado, productos predilectos de los medios de comunicación para la provocación del deseo del consumo y/o para la subyugación en modos de vida de monogamia forzada. Entre el deseo y el desprecio se solidifica la violencia de género.

La sociedad patriarcal delimita las zonas del deseo construido, requiriendo el sometimiento de las mujeres que es asumido por la internalización de cualidades de debilidad y, por lo tanto, necesidad de protección. A la vez, quienes se sitúan al margen de estos límites reciben apremios desde los corporales con costo de vidas, en los casos de femicidios, hasta la segregación, exclusión, rechazo y aislamiento. Esta contradicción se puede apreciar en las fuerzas de Carabineros. Por una parte, están encargados de realizar una intervención especializada en situaciones de violencia hacia las mujeres, niñas y niños, como agentes estatales que han participado en procesos formativos financiados con recursos públicos destinados a programas para la sensibilización y capacitación. Por otra parte, en situaciones de conflicto social operan institucionalmente con procedimientos estandarizados reflejados en los patrones de violencia de género identificados en los informes de derechos humanos, denuncias y testimonios elaborados en el periodo de movilizaciones estudiantiles.

Es la misma naturaleza sociohistórica de la violencia de género, fundada en el guión masculino que asocia sexo con dominación. Es la misma violencia que se usó como método de tortura contra casi todas las detenidas y presas políticas en dictadura y que ha quedado bajo la impunidad, sin que aún se consigne oficialmente como una forma específica de tortura la violencia sexual hacia las mujeres13. Es la misma institución que aún mantiene en su página oficial14, destacándola como una precursora en la historia de las mujeres en Carabineros, a la subteniente Ingrid Felicitas Olderock, quien fuera instructora de torturadores en la escuela inicial de Tejas Verdes. Es sabido que como integrante de la Brigada Purén fue adiestradora de los perros usados en las vejaciones sexuales cometidas contra mujeres en el cuartel secreto “Venda Sexy”. Es recordada por las presas entre las más crueles de las torturadoras.

Los procesos de impunidad e invisibilización de la violencia sexual, como forma de tortura hacia las mujeres, hacen que esta violencia se perpetúe institucionalizada y naturalizada con la complacencia de los silencios y omisiones que cubren la intensidad, magnitud y alcances que reviste para las mujeres que han padecido sus tormentos. Todo esto ocurre en una sociedad que promueve la aprobación cultural del uso de la violencia contra las mujeres, minimizando actos cotidianos de violencia sexual en las calles, escuelas, medios de comunicación, familia, que todas las mujeres hemos vivido alguna vez en la vida, hasta el extremo de su uso como castigo para corregir las supuestas desviaciones subversivas de mujeres jóvenes.

Podemos reconocer idénticos mecanismos en un orden patriarcal extendido hace milenios y universalizado: “A los ojos de los demás, la rebeldía de un subordinado deshonra al superior cuestionando su valor moral, la base misma de su autoridad. Por tanto la negativa de una mujer o su rebeldía desestabiliza la posición del hombre responsable de ella. Para recuperarla, debe reafirmar su superioridad moral declarando inmorales las acciones de ella, y mostrar su capacidad para controlarla, que en última instancia expresa con violencia”.

* Francia Jamett Pizarro es feminista, Educadora Popular, Profesora de Historia y Geografía, Licenciada en Historia en la Universidad Católica de Valparaíso, cursando Magíster en Historia en la Universidad de Santiago de Chile.

Fuente: “Mujeres y violencia: silencios y resistencias”. Blog María LaPachet

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