Blog Marta Zabaleta 2011 |
X Francia Jamett Pizarro*, Red Chilena contra la Violencia
Doméstica y Sexual
“Duerme tranquila, niña inocente, sin preocuparte del
bandolero,
que por tu sueño dulce y sonriente vela tu amante
carabinero”
Estrofa del Himno institucional de Carabineros de Chile
Introducción
El año 2011 marca un cambio innegable: es el comienzo del
fin de la transición pactada para salir de la dictadura de Pinochet el año
1990. Hay una reconfiguración del mapa político de las representaciones
tradicionales, ancladas en un sistema binominal surgido de la Constitución del
80. Esta Constitución es rechazada por ilegítima y se levantan voces,
propuestas y acciones para la creación de una Asamblea Constituyente. Es el año
en que se remueven las memorias de resistencias y también de represiones de
quienes no subordinan la producción de vida a lo demarcado como posible por un
diseño que se ha instalado como la única alternativa a la Dictadura.
Es un tiempo que abre interrogantes sobre los alcances que
tiene volver a mirar el pasado reciente para pensar y soñar nuevamente con la
construcción de proyectos de transformaciones del sistema político y el modelo
económico vigentes. Este texto surge de las inquietudes y cuestionamientos ante
los reiterativos actos de violencia represiva de Carabineros de Chile en el
contexto de las movilizaciones sociales del año 2011. En especial aborda la
violencia de género expresada en el abuso sexual contra las estudiantes, en la
que llama la atención aquella ejercida por las mujeres carabineras de Fuerzas
Especiales.
Lo primero que salta a la vista es la contradicción
existente entre el uso de la violencia sexual como método represivo por la
institución de Carabineros, al mismo tiempo que se proclama que ésta posee la
misión de proteger a las víctimas de violencia, niñas, niños y mujeres, surgidas
en el ámbito privado. Esta contradicción vuelve problemática la naturaleza de
las instituciones armadas cuyo soporte principal es el monopolio institucional
de la violencia. Esta condición les da una legitimidad que tiene como
consecuencia que su uso de la violencia quede en una total impunidad social,
política y legal.
Este texto se compondrá de testimonios puesto que valoramos
la disposición de la palabra en la reconstrucción, desde protagonistas y
testigos, de los acontecimientos de violencia en los que subyacen
representaciones de las racionalidades y emocionalidades puestas en juego en
estas experiencias. Se comprenderá la violencia sexual como método de tortura
policial hacia niñas y mujeres jóvenes.
En las palabras se busca recrear hechos y sentidos de lo
vivido, configurando un espacio de memoria en el que se escenifican las
prácticas de violencia de género desde los agentes estatales de orden y
seguridad en distintas temporalidades históricas. Se distinguen las marcas
generacionales en sus protagonistas, en sus dimensiones de continuidades y
cambios, en las acciones y repercusiones de las torturas aplicadas de manera
deliberada a los cuerpos de las mujeres, en la provocación de dolores y
sufrimientos físicos o psíquicos agudos a otro ser humano3, buscando humillar y
aterrorizar a quienes se considera enemigas del orden establecido.
Hay conceptos adaptados a diversos contextos que justifican
las prácticas de violencia desde el Estado. La sobrevaloración de la seguridad
permite la violación de los derechos humanos, de la libertad de expresión y la
criminalización extensiva e intensiva de la legítima protesta.
Este texto busca ofrecer lugar a la palabra que denuncia por
sobre el silencio de la complacencia frente a la impunidad de los agresores y
sus amparos institucionales. También a la expresión de las mujeres que fueron
objeto de la violencia sexual policial que con sus métodos de castigo intentan
acallarlas y replegarlas en el miedo y la culpa. Sin embargo, la resistencia y
rebeldía de las mujeres, a pesar del miedo, son estímulos constantes para la
dignificación de la vida; denunciando y manifestándose en contra de los
variados rostros de la opresión, sin pausa y hacia todas las edades. Se trata
de un volcarse a las palabras en el camino de su deconstrucción para no
acostumbrase y naturalizar la violencia de género, a pesar del reforzamiento
constante que busca justificar la inevitabilidad de su existencia y ejercicio,
aduciendo que las únicas culpables son las propias mujeres, fundamentalmente
por desacato y desobediencia a los mandatos sociales y culturales de los
espacios y roles definidos para nosotras, pero sin nosotras.
Estos sentidos guían la construcción de un relato basado en
los testimonios de mujeres de tres generaciones que en diversos momentos de la
historia de Chile, siendo jóvenes, conscientemente se rebelan y actúan ante un
sistema y orden social injusto y opresor.
En la Dictadura Militar
El año 1983 comienzan las manifestaciones callejeras y
protestas masivas por el profundo descontento y malestar acumulados durante una
década de abusos, violencias y vulneraciones graves de los derechos humanos y
agudizados por la crisis económica producida por la dictadura de Pinochet. En
ese contexto se intensifican las acciones callejeras de mítines y marchas; las
y los estudiantes en las sedes universitarias y los centros cívicos de las
principales ciudades del país, las mujeres en las poblaciones y los movimientos
juveniles van adquiriendo una progresiva y significativa presencia. Siendo
estudiantes secundarias cuatro jóvenes entre 15 y 17 años se ponen de acuerdo
en una calle del barrio para asistir a una ‘marcha del hambre’ en el centro de
Santiago tipo 19.00 hrs. Se gritan consignas contra la dictadura, se tiran
panfletos, aparecen las fuerzas especiales, golpean y detienen; luego los
manifestantes vuelven a aparecer por otras esquinas.
Corriendo, escondiéndose, gritando, sin separase, para
protegerse, las cuatro amigas participan en la manifestación, con una mezcla de
miedo y alegría por poder expresarse y desafiar esos casi 10 años de silencio
sometido por el terror. Contando con mayor independencia de la tutela familiar,
se arrancaron sin permiso a gritar consignas por la libertad y en contra de la
dictadura, a correr y escabullirse de las fuerzas especiales. Pasado un rato,
aparecen aproximadamente unos 20 carabineros con sus indumentarias de
protección –trajes reforzados, cascos–, agrediendo con lumas, anillos,
revólveres, escopetas de lacrimógenas. Empujan a las chicas, las rodean y
comienzan con los golpes de pies y puños, pero dirigidos casi exclusivamente
hacia los pechos y la pelvis, con las lumas, mientras proferían insultos:
“maracas comunistas”; “no le van a quedar ganas de salir más a la calle”;
“cabras culiás, que le prestan el culo a los comunistas”, y seguían los golpes,
con las manos agarradas de los puños en la reja de una tienda, y con los pies
abriendo las piernas de las jóvenes para introducir las lumas, simulando una
violación.
Entre los golpes y con miedo se trataban de defender como
podían, pero los uniformados eran más grandes y con armas. Sólo dos les
responden, que paren, que son niñas, si ellos no tienen hijas, y reciben risas
y más golpes e insultos. Todo hasta cuando jóvenes universitarios les tiran piedras
para que las suelten y en ese momento se dirigen a reprimirlos y se escapan las
chicas, con caras sangrando, cortes, y muchos hematomas dolorosos. Dos de ellas
nunca más salieron a ninguna acción de protesta, les quedó el miedo instalado.
Además recibieron el repudio de sus familias y pololos por salir sin permiso.
La lección fue: “eso les pasa por salir solas”. En su propio entorno hay más
gestos de castigos que de acogida.
El abuso con connotación sexual también salía a las calles
desde los cuarteles de la DINA y la CNI. Esto lo podemos ver reflejado en el
testimonio de Carena Pérez, que tenía 25 años cuando fue detenida en 1975 en
Osorno por un operativo conjunto del Servicio de Inteligencia Militar de Osorno
y la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA). Luego de ser llevada a un
recinto clandestino en los alrededores de la ciudad, fue trasladada a la Villa
Grimaldi en Santiago.
Carena recuerda en su testimonio5: “en uno de esos
interrogatorios irracionales, donde se mezclaban las preguntas por personas,
por actividad política, con cosas como cuántas relaciones sexuales había
tenido, ocurrió que un agente me golpeó muy fuertemente en la cara solamente
por tener los pechos chicos. Sentí mucha impotencia y rabia contenida, sin
embargo después en la soledad de mi celda, pensé qué bueno que mis pechos sean
pequeños, así estos cerdos no tienen mucho que mirar, tocar ni fantasear. Ahora
con el tiempo me parece increíble haber hecho esa reflexión. Los tipos trataron
de apropiarse de mi cuerpo y yo más que centrarme en la tocación lasciva, me
centré en que mi cuerpo fue capaz de negarles el placer de su morbo. Creo que
en ese momento, sin saberlo, fui altamente feminista”.
Para Carena, “ser mujer y resistente resultaba ser
doblemente transgresor para los ojos de la dictadura, por ello se
encargaron de castigarnos de manera ejemplificadora. Uno de los lugares en los
que el patriarcado se instala para ejercer la presión contra las mujeres es en
nuestros cuerpos. Quizás por esa razón los agentes del Estado violaron con
especial saña nuestros cuerpos. El abuso sexual fue una práctica permanente a
la que fuimos expuestas las mujeres y también algunos hombres detenidos”.
Estas formas de violencia no se dejaban en estas
instalaciones secretas –los cuarteles de la CNI–, sino que sus prácticas de
control, humillación y violencia desde los aparatos de seguridad del Estado
salían a masificarse de la misma manera que las protestas y movilizaciones
contra la dictadura. Los principales encargados de esta misión serán las Fuerzas
de Orden y Seguridad de Carabineros de Chile. En las calles y en sus comisarías
fueron miles de personas las que fueron detenidas y torturadas, siendo la
mayoría de las jóvenes objeto de violencia sexual.
En el presente
El año 2011 salen a las calles en marchas autorizadas y sin
autorización, miles de estudiantes secundarias y universitarias, en múltiples
acciones con lenguajes creativos y artísticos, ocupan sedes de universidades y
liceos. Durante más de cinco meses están presentes cotidianamente con sus voces
y acciones denunciando el lucro en la educación chilena, las profundas
segregaciones sociales y económicas, la educación como un privilegio entregada
a las regulaciones del mercado. Recordando también que los orígenes de toda
esta situación están en las reformas impuestas en la dictadura y luego
administradas de manera eficiente –e inclusive perfeccionando el modelo
heredado de la dictadura– en los gobiernos de la Concertación. No se piden más
becas o bajas de arancel, se exigen cambios profundos del modelo económico y de
la organización democrática del país.
Las múltiples manifestaciones y acciones de protesta, las
tomas, son fuertemente reprimidas con gases lacrimógenos, ocupaciones
militarizadas de las ciudades con todo tipo de vehículos para provocar el miedo
y la dispersión. Se ataca directamente con detenciones, golpizas intensas que
se dirigen hacia las y los secundarios/as.
Existen un sinnúmero de registros gráficos y audiovisuales
donde quedaron plasmadas imágenes en las que agentes del Estado maltratan
violentamente y detienen a niños y niñas desde los 9 años en adelante.
No obstante, aunque despliegan una fuerte e intensa
represión, el movimiento estudiantil no afloja frente a las amenazas de las
diversas autoridades de gobierno y los esfuerzos de los medios de
comunicación para dar por muerto el movimiento muchas veces y criminalizarlo
usando la figura del enemigo del orden público, definido como infiltrado, “los
encapuchados”, aquellos antisociales que sólo quieren destruir y justifican que
las fuerzas especiales de Carabineros actúen, en defensa de la propiedad
privada preferentemente, de modos violentos.
En las masivas detenciones y luego abusos policiales, van
teniendo cada vez una mayor presencia las mujeres de fuerzas especiales con sus
atuendos y accesorios para reprimir. Detrás de sus cascos y las marcas de los
trajes en sus cuerpos se identifica que son mujeres con miradas y posturas de
agresión y disponibilidad inmediata para el uso de la violencia. La “igualdad
de oportunidades de género” se vislumbra nítidamente en el cuerpo de
carabineros, la oportunidad de mimetizarse con un hombre-varón a través del
uso, con pertenencia e investidura masculina, de la violencia.
En los testimonios recogidos por secundarias y universitarias
cuando son detenidas en marchas, desalojos de tomas de colegios o liceos, e
inclusive trayectos en locomoción colectiva, son las mujeres de fuerzas
especiales preferentemente las que ejercen la violencia de manera directa en el
uso de la reducción corporal, tocaciones, golpes de puños y pies, obligando a
las jóvenes a desnudarse, aduciendo que se trata de procedimientos
reglamentarios y exponiéndolas en esas condiciones a sus compañeros varones,
como podemos apreciar en los siguientes relatos de las estudiantes: “El
procedimiento lo hizo arriba de este vehículo policial, donde afuera había
aproximadamente ocho carabineros mirando. Nosotras nos negábamos, ella nos
obligó. Nos tironeaba la ropa, y después de eso nos toqueteó enteras, sin
ánimos de revisar si andábamos con algo, porque estaba a la vista que no había
nada”. Asimismo, continuando con su testimonio, esta estudiante recalcó que la
carabinera no contaba con su placa identificatoria y se negó a entregar su
nombre a las estudiantes. “Esta funcionaria fue, principalmente conmigo, la más
violenta. Ella fue la que más me golpeó cuando me subí al bus policial6”,
agregó.
Las jóvenes del Liceo San José de Puente Alto cuentan en un
documental llamado “Las niñas”, que carabineras las obligaron, ejerciendo
presiones constantes, a desnudarse a todas, a pesar de las súplicas de las
chicas que les preguntaban sobre la justificación de dicha medida. Las
carabineras argumentaron nuevamente que se trataba de un procedimiento
institucional. Una vez desnudas todas de modo perverso, puesto que no se hacía
de manera directa, incentivaban a los carabineros varones para que las miraran,
logrando, así, que se sintieran vejadas, humilladas, vulneradas y expuestas a
los ojos lascivos de éstos. Intentan protegerse entre todas tapándose y
protegiéndose del abuso sexual policial.
Con rasgos muy similares se compone el testimonio de una
joven de 17 años que es detenida en el Liceo Darío Salas, en el desalojo
violento realizado por carabineros. Ella junto a su amiga se esconden en el
establecimiento, son encontradas por un fuerte contingente, son golpeadas con
lumas, dejando variadas lesiones, pero también son agredidas verbalmente con
insultos de connotación sexual que aluden a los órganos sexuales de las
mujeres: “están pasadas a zorra”, “maracas culiás”, “cochinas”, etc. También se
aprovechan en los traslados de tocarlas. Como dice una de ellas: “Cuando iba
subiendo, un carabinero me tocó el trasero, descaradamente, así, a dos manos, y
yo en ese momento tenía puras ganas de darme vueltas y decirle un montón de
cosas, pero mi compañera me dijo no, quédate tranquila, porque si decimos algo
ahora, lo más probable es que nos saquen la cresta. A cada rato nos amenazaban
con eso”. Del mismo Liceo Darío Salas es la joven de 14 años que queda sangrado
de su vagina teniendo que ser hospitalizada en el Calvo Mackenna, puesto que
las patadas y golpes recibidos de fuerzas especiales la dejaron en una
condición de vulnerabilidad corporal y emocional, luego de ser detenida por
tomarse la ribera del Rio Mapocho de manera pacífica y ante la presencia de un
fuerte despliegue de medios de comunicación.
Las mujeres jóvenes universitarias tampoco quedaron exentas
de las acciones de violencia sexual policial en las diversas regiones del país.
Es el caso de Nathaly, estudiante de la Universidad Católica del Norte,
que junto a siete compañeras fue obligada a desnudarse por mujeres carabineras.
Una de ellas se resistió, entonces le tiraron la ropa, le bajaron los
pantalones y le sacaron hasta los calzones, tirando la ropa hacia el piso que
estaba lleno de orina. Una de ellas estaba en el periodo menstrual con sangramiento,
por lo mismo la hacen desnudarse completamente para humillarla. Un acto
deliberado y parte de las prácticas represivas de violencia sexual queda en el
registro audiovisual donde se escucha por radio la instrucción de subirles la
falda a las detenidas.
Podemos afirmar con certeza que en todo el país son muchos
los testimonios de niñas y jóvenes que sufrieron las acciones violentas con
connotación sexual de las y los carabineros de Chile.
Algunas reflexiones
Los testimonios seleccionados están orientados a examinar el
ejercicio institucional de la violencia sexual por parte del Estado,
representado por agentes de seguridad y carabineros, como herramienta de
coacción política contra quienes en el legítimo derecho a la expresión de
protesta y a la resistencia en dictaduras militares son criminalizados. En esta
lógica justifican el uso de la tortura sexual en las mujeres.
La tortura se legitimó y normalizó institucionalmente como
procedimiento y método de violencia sexual hacia las mujeres. Los testimonios
muestran que las expresiones de violencia física y verbal se reiteran en un
formato distinguible, agudizado en periodos de absoluta falta de garantías de
los derechos humanos, en los momentos más cruentos de la dictadura y
resurgiendo en tiempos de acrecentamiento de conflictos sociales, como ha sido
la sostenida movilización por la gratuidad y calidad de la educación, durante
2011.
Sin embargo, se pueden reconocer en los acontecimientos
recientes dos elementos que la connotan de modo distinto a las anteriores, que
pueden ser leídos como cambios desde miradas de género y generacional. Por un
lado, este movimiento estudiantil y juvenil se ha autodenominado la ‘generación
sin miedo’, representada en la consigna: “nos tienen miedo, porque no les tenemos
miedo”; asumiendo en el presente la posibilidad de transformación profunda de
un sistema democrático y un modelo económico signado como excluyente e injusto
en el cual no han tenido participación.
El miedo referido puede ser entendido como huella de la
dictadura en sus modos de disciplinamiento mediante el asesinato, la tortura,
la desaparición, entre otros. A esto se agrega el miedo asimilado a la pérdida
de respeto a la clase política, por el sustento que ésta le ha dado, durante
los períodos de la Concertación, al pacto de continuidad de la obra económica
de la dictadura y a la impunidad con las fuerzas armadas por la violación de
los derechos humanos.
Un segundo elemento es la emergencia destacada de la
participación de las mujeres jóvenes en las vocerías del movimiento secundario
y en las orgánicas representativas de las universidades, siendo emblemático el
liderazgo de Camila Vallejo, presidenta de la FECH.
No obstante, en su mayoría también son mujeres relativamente
jóvenes las pertenecientes al cuerpo de funcionarias de fuerzas especiales que
actúan de manera directa en las calles y comisarías utilizando la violencia y
el abuso sexual. Pertenecen a una nueva generación en el cuerpo de Carabineros.
En la historia institucional, desde el año 1962, ingresan
por primera vez mujeres al escalafón femenino destinadas a tareas relacionadas
con las condiciones naturales asignadas a la feminidad como es el cuidado de
niños en situación irregular. Esto se expresa en el sitio oficial de la
institución de la siguiente manera: “En esos años, el Alto Mando de Carabineros
consideró que la sensibilidad y delicadeza propias del género femenino eran
cualidades indispensables para enfrentar este desafío, el que hasta ese
entonces era abordado por los efectivos varones”.
Desde este primer hito, se aprecia un salto significativo a
partir de los años 90 en las medidas que favorecen la igualdad de grados con
sus pares varones, y que les asignan las labores específicas demarcadas a
partir de la promulgación de la ley de violencia intrafamiliar en 1994. El año
2005 se aprueba la Ley Nº 20.034 que unifica los Escalafones Femenino y
Masculino de Oficiales de Fila de Orden y Seguridad, permitiendo a las mujeres
el acceso a labores represivas como es la integración a fuerzas especiales.
En los documentos oficiales, estas acciones son valoradas
como avances de la implementación del Plan de Igualdad de Oportunidades entre
Hombres y Mujeres, coordinado por el Sernam10, en la integración de
orientaciones para favorecer a las mujeres en el acceso de igualdad de derechos
en la articulación de los diversos servicios públicos. Todo esto fundamentado
en la ratificación de tratados específicos de derechos humanos de las mujeres
como la Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación
Contra la Mujer, Cedaw.
En esta revisión de las vivencias de abusos y violencia
sexual de la institución de carabineros hacia las niñas y jóvenes se nos
muestra con nitidez el ejercicio de la violencia de género en la represión
policial, en sus actos, gestos y palabras usados con la finalidad exclusiva de
lograr la subordinación mediante el control y la humillación inscritos en el
cuerpo de las mujeres. Se busca, ante todo, doblegar su sexualidad –si no está
al servicio de la reproducción y la maternidad, ya sea reales o simbólicas– por
la vía del castigo y el disciplinamiento corporal y síquico. La intención es
dejar marcas en la vida que recuerden que la desobediencia y la autonomía se
pagan con dolor y son regulados por la culpa y la vergüenza que finalmente hace
responsable a las propias mujeres de la violencia vivida. Todo esto configura
una expresión del modo como el comportamiento sexual esperado de las mujeres es
definido por el control masculino.
Estos mecanismos de dominación patriarcal se encuentran
naturalizados, es decir, se consideran como un aspecto natural del lugar que
ocupamos las mujeres en la sociedad. En ese lugar estamos expuestas a diversos
tipos de violencia. La violencia sexual es una amenaza constante desde temprana
edad, concretándose en la perpetuación del abuso sexual hacia niñas y niños. En
la situación de las jóvenes sus cuerpos están disponibles para el mercado,
productos predilectos de los medios de comunicación para la provocación del
deseo del consumo y/o para la subyugación en modos de vida de monogamia
forzada. Entre el deseo y el desprecio se solidifica la violencia de género.
La sociedad patriarcal delimita las zonas del deseo
construido, requiriendo el sometimiento de las mujeres que es asumido por la
internalización de cualidades de debilidad y, por lo tanto, necesidad de
protección. A la vez, quienes se sitúan al margen de estos límites reciben
apremios desde los corporales con costo de vidas, en los casos de femicidios,
hasta la segregación, exclusión, rechazo y aislamiento. Esta contradicción se
puede apreciar en las fuerzas de Carabineros. Por una parte, están encargados de
realizar una intervención especializada en situaciones de violencia hacia las
mujeres, niñas y niños, como agentes estatales que han participado en procesos
formativos financiados con recursos públicos destinados a programas para la
sensibilización y capacitación. Por otra parte, en situaciones de conflicto
social operan institucionalmente con procedimientos estandarizados reflejados
en los patrones de violencia de género identificados en los informes de
derechos humanos, denuncias y testimonios elaborados en el periodo de
movilizaciones estudiantiles.
Es la misma naturaleza sociohistórica de la violencia de
género, fundada en el guión masculino que asocia sexo con dominación. Es la
misma violencia que se usó como método de tortura contra casi todas las detenidas
y presas políticas en dictadura y que ha quedado bajo la impunidad, sin que aún
se consigne oficialmente como una forma específica de tortura la violencia
sexual hacia las mujeres13. Es la misma institución que aún mantiene en su
página oficial14, destacándola como una precursora en la historia de las
mujeres en Carabineros, a la subteniente Ingrid Felicitas Olderock, quien fuera
instructora de torturadores en la escuela inicial de Tejas Verdes. Es sabido
que como integrante de la Brigada Purén fue adiestradora de los perros usados
en las vejaciones sexuales cometidas contra mujeres en el cuartel secreto
“Venda Sexy”. Es recordada por las presas entre las más crueles de las
torturadoras.
Los procesos de impunidad e invisibilización de la violencia
sexual, como forma de tortura hacia las mujeres, hacen que esta violencia se
perpetúe institucionalizada y naturalizada con la complacencia de los silencios
y omisiones que cubren la intensidad, magnitud y alcances que reviste para las
mujeres que han padecido sus tormentos. Todo esto ocurre en una sociedad que
promueve la aprobación cultural del uso de la violencia contra las mujeres,
minimizando actos cotidianos de violencia sexual en las calles, escuelas,
medios de comunicación, familia, que todas las mujeres hemos vivido alguna vez
en la vida, hasta el extremo de su uso como castigo para corregir las supuestas
desviaciones subversivas de mujeres jóvenes.
Podemos reconocer idénticos mecanismos en un orden
patriarcal extendido hace milenios y universalizado: “A los ojos de los demás,
la rebeldía de un subordinado deshonra al superior cuestionando su valor moral,
la base misma de su autoridad. Por tanto la negativa de una mujer o su rebeldía
desestabiliza la posición del hombre responsable de ella. Para recuperarla,
debe reafirmar su superioridad moral declarando inmorales las acciones de ella,
y mostrar su capacidad para controlarla, que en última instancia expresa con
violencia”.
* Francia Jamett Pizarro es feminista, Educadora Popular,
Profesora de Historia y Geografía, Licenciada en Historia en la Universidad
Católica de Valparaíso, cursando Magíster en Historia en la Universidad de
Santiago de Chile.
Fuente: “Mujeres y violencia: silencios y resistencias”. Blog María LaPachet
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